Por Daniel Venegas
Don Álvaro Olmos (71) y Don Félix Umaña (69) amigos desde la infancia son de los pocos sastres que mantienen vivo el oficio en Bogotá, congelados en el tiempo, escondidos entre edificios pese a los cambios digitales, sociales y económicos de la ciudad.
Para hablar de ellos hay que viajar hasta el municipio de Cáqueza en Cundinamarca, allí, la difícil situación económica de sus padres los obligó, desde muy chicos, a aprender un Arte u Oficio, entre los que estaban La Ebanistería, la Sastrería, la peluquería o Aprender a conducir. A sus 12 y 14 años Álvaro y Félix, amigos desde muy pequeños se guiaron por el camino de la sastrería; oficio que sus antepasados conocían a la perfección y que para los dos se convirtió en su trabajo y pasión.
Con el transcurrir del tiempo, aprendizaje y mucha práctica en el oficio , los dos dejaron su municipio y emprendieron su viaje a la capital Colombiana en búsqueda de un trabajo. Comenzaron su vida laboral cada uno por su lado pasando en diferentes empresas, elaborando trajes y vistiendo a las personas de la época que se preocupaban por estar elegantes e impecables para todo tipo de ocasión.
Álvaro, con la experiencia que adquiere decide independizarse y abrir su propio local en el centro de Bogotá y llamar a su amigo y colega de su infancia Félix, para trabajar de la mano.
Junto a ellos trabajaron varias personas que con el transcurrir de los años fueron migrando por causa de la escasez del trabajo y la llegada de grandes empresas e insumos más baratos.
Hoy cada uno con más de 55 años de experiencia y 25 años en el centro de la capital conservan su oficio y tradición desde sus inicios como varios de sus colegas. Cada uno de ellos mantiene un legado histórico y amor por vestir a la gente, que para muchos dejó de existir debido a los cambios constantes de una sociedad moderna en la que vivimos y en la que ya nos gusta comprar todo hecho.
Don Álvaro y Don Félix, siguen trabajando con el mismo empeño, dedicación y amor en la elaboración de los vestidos para cada uno de sus clientes y esperan mantener vivo el bello oficio del que desde niños se enamoraron, la sastrería.
Por Daniel Venegas
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