Jul / 01 / 20

CULTURA ALTERNATIVA

Literatura Queer 5 poetas latinoamericanos

Hablar de literatura queer es una etiqueta con la que más de uno no estará de acuerdo; pero lo cierto es que en este tiempo, en este año y en este mes resulta de vital importancia poner el foco sobre letras que han sido silenciadas por revelar voces que no se quieren escuchar, porque rompen las cadenas tradicionales y el miedo se apodera de quienes han estado acostumbrados a cerrar cortinas y puertas para no evocar de ninguna manera sinónimos de libertad.

Por Mafe Garzón 

La palabra queer significa raro o inusual, sin embargo en estos días se ha fortalecido y se ha llenado de un sentido reivindicativo para representar a todas las personas que no se sienten identificadas con las ideas existentes de sexo o género.

Hace un tiempo, una voz femenina sobre el papel motivó posturas diversas: ¿cuál es ese límite? ¿cuáles son los asuntos que marcan una diferencia? ¿acaso no existen posturas diferentes de ver la vida sin importar otras cuestiones físicas que nada tienen que ver con lo trascendental? Como lo dijo Gaston Bachelard: una escritura femenina está relacionada con el alma y sus verdaderas motivaciones para la existencia en este planeta, esas que se quedan olvidadas en los primeros años de infancia y que quienes logran agarrar esas sensaciones infantiles logran hacer poesía.

Con el respeto que el filósofo francés se merece, seguramente estará de acuerdo que el alma el es el más alto estadio de la libertad y que no puede clasificarse con un cuerpo tan efímero, seguramente estaría de acuerdo con que el término más adecuado para significar el ánima es: queer.

Queer es ánima, queer es libertad y ¿no toda literatura es libre? Llegaremos también a ese momento donde nada, ni nadie necesite etiquetas.

Por ahora, les dejamos una lista de 5 poetas latinoamericanos que han dejado en sus letras que la libertad inunde el papel sin filtros de ningún tipo.

Raúl Gómez Jattin

Raúl Gomez Jattin

De Jattin se pueden decir muchas cosas, que nació en Cartagena en 1945 que viajó a Bogotá a estudiar derecho (carrera que nunca terminó), que le gustaban los alucinógenos, que escuchaba voces en su cabeza, que se escondía en orgasmos con mujeres, plantas, hombres y animales por no poder vivir libremente su homosexulaidad, que sufrió y también amó… Pero lo más cierto es que dejó un legado poético digno de ser leído una y una y otra vez. Y justamente hoy lo evocamos para acariciar su existencia llena de amor, sexo y Whitman:

“Todo ese sexo limpio y puro como el amor
entre el mundo y sí mismo Ese culear con
todo lo hermosamente penetrable Ese metérselo
hasta una mata de plátano Lo hace a uno
gran culeador del universo todo culeado
Recordando a Walt Whitman…”

Un lenguaje honesto, sencillo que rompe de forma magnífica las formas poéticas de la época:

Erótico imaginario

Está quieto el jardín soportando la tarde
de un marzo que se anunciara ventoso

Tan fugaz que parece un enero

Penetrado de noche en limoneros y acacias
Opalino a lo lejos en la frente del cielo
El jardín se estremece por dentro

Entre ramas secas y hojas podridas
dormitan escarabajos Libélulas Lagartos
Un gato de ocio y maldad acecha una mariposa

De repente una casi invisible neblina desciende
y posa su penumbra en la fronda
acariciando el nudo de nuestros cuerpos
con la misma dulzura lentísima
con que yo mitad fuerza mitad miedo
beso tu cuello y tu barba de negro cristal
Está el jardín oloroso a sudor masculino
a saliva de besos profundos que anhelan
desatar el torrente del deseo en su cima
y que fluyan las savias y descansen los cuerpos

Alfredo Fressia

Alfredo Fressia

Nació en Uruguay en 1948, donde fue destituido como educador por la dictadura del momento, se mudó a Brasil desde donde ha seguido creando poesía a partir de letras cargadas de total sinceridad, incluso aburrirse ha motivado reflexiones de dimensiones infinitas:

Aburrimiento
Una vez más el día
en este bajo mundo.
Me aburro en el jardín,
nadé en los cuatro ríos.
Me limo con esmero
las uñas de los pies.
Tengo mala salud
y he sido mal amante.
Soy muy mediano en versos:
nunca entré en el Edén
(ni en las antologías,
uruguayas al menos).
Para pasar el tiempo
puedo hablar de dolencias,
mi carné de salud
es de los veinte años.
“Altura: uno noventa,
Peso: setenta quilos”.
La foto en blanco y negro
es de un muchacho díscolo.
(Siempre me voy de tema
cuando hablo del amor)
Los hombres que me amaron,
con excepción de uno,
no tuvieron glamour
ni dejaron recuerdos
de mayor importancia.

Yo mismo -digo yo-,
de los muchos que fui
no quedará uno sólo.
(Una vez más el día
en este bajo mundo.
Me aburro en el jardín,
nadé en los cuatro ríos)
Soy sólo pensamiento
perdido en un jardín
que sueña ser Edén.
Sé que un mono me observa,
está sobre una rama.
Es eterno, calculo.
Y mientras, yo me aburro.

Cristina Peri Rossi

Cristina Peri Rossi
Uruguaya también, exiliada desde 1972, radicada en Barcelona donde su voz poética ha crecido. Sus letras están cargadas de una rebeldía única y han motivado el aumento de un eco mundial a través del erotismo y la sensualidad lésbica.

Once de septiembre
El once de septiembre del dos mil uno
mientras las Torres Gemelas caían,
yo estaba haciendo el amor.
El once de septiembre del año dos mil uno
a las tres de la tarde, hora de España,
un avión se estrellaba en Nueva York,
y yo gozaba haciendo el amor.

Los agoreros hablaban del fin de una civilización
pero yo hacía el amor.
Los apocalípticos pronosticaban la guerra santa,
pero yo fornicaba hasta morir
–si hay que morir, que sea de exaltación–.

El once de septiembre del año dos mil uno
un segundo avión se precipitó sobre Nueva York
en el momento justo en que yo caía sobre ti
como un cuerpo lanzado desde el espacio
me precipitaba sobre tus nalgas
nadaba entre tus zumos
aterrizaba en tus entrañas
y vísceras cualesquiera.
Y mientras otro avión volaba sobre Washington
con propósitos siniestros
yo hacía el amor en tierra
–cuatro de la tarde, hora de España–
devoraba tus pechos tu pubis tus flancos
hurí que la vida me ha concedido
sin necesidad de matar a nadie.

Nos amábamos tierna apasionadamente
en el Edén de la cama
–territorio sin banderas, sin fronteras,
sin límites, geografía de sueños,
isla robada a la cotidianidad, a los mapas
al patriarcado y a los derechos hereditarios–
sin escuchar la radio
ni el televisor
sin oír a los vecinos
escuchando sólo nuestros ayes
pero habíamos olvidado apagar el móvil
ese apéndice ortopédico.

Cuando sonó, alguien me dijo: Nueva York se cae
ha comenzado la guerra santa
y yo, babeante de tus zumos interiores
no le hice el menor caso,
desconecté el móvil
miles de muertos, alcancé a oír,
pero yo estaba bien viva,
muy viva fornicando.
“¿Qué ha sido?”, preguntaste,
los senos colgando como ubres hinchadas.
“Creo que Nueva York se hunde”, murmuré,
comiéndome tu lóbulo derecho.
“Es una pena”, contestaste
mientras me chupabas succionabas
mis labios inferiores.
Y no encendimos el televisor
ni la radio el resto del día,
de modo que no tendremos nada que contar
a nuestros descendientes
cuando nos pregunten
qué estábamos haciendo
el once de septiembre del año dos mil uno,
cuando las Torres Gemelas se derrumbaron sobre Nueva York.

Jhon Better

Colombiano. Contemporáneo. Poco o nada le interesa las etiquetas que quieran dar a su escritura, como lo comentó en una entrevista hecha por El país de Cali, “a mí alguien me dijo que yo no era un escritor, sino una ‘narratriz’ y eso me gusta”.

Poema Rudo
El cemento fresco/El semen fresco/El cementerio fresco/
Huellas de pezuñas/Una tibia mancha
/Un nombre inscrito y una fecha…
En el alma crecen largos cabellos que salen hasta mi boca/
pero tú mi amor, tú no te asustas por ello/ La sangre
fresca/el jugo de Lúcuma/el espanto de la carne fresca/
un espejo que tiembla

Tu barba hasta mi pecho/mis 33 años, tus escasos
1.70 cms/caminar alrededor del lago no es descifrar
su forma/un erizo se despeina en un relampagueo/
una trampa de osos ha quebrado en dos a una liebre/
el horror del bosque/el horror de este cuarto a oscuras
amor mío/una rama como la mano de un mago se
sacude entre las cortinas de la ventana/hay un brillo
afuera, pero es mejor no salir, hay gente que camina,
gente que camina…

Porfirio Barba Jacob
No podíamos terminar esta pequeña lista sin el maravilloso Barba Jacob. Nacido en 1883, dedicado al periodismo, dejó una pequeña obra literaria, suficiente para ver la influencia de Baudelaire y la belleza al estilo del gran Rubén Darío. Sus letras han sido catalogadas como modernistas, las primeras en revelar homoerotismo.

Los desposados con la muerte
Michael Farrel ardía con un ardor puro como la luz.
Sus manos enseñaban a amar los lirios
y sus sienes a desear el oro de las estrellas.
En sus ojos bullían trémulas luces océanicas.
Sus formas eran el himno de castidad de la arcilla,
suave y fragante y musical.
Bajo sus bucles rubios, undosos y profusos,
parecían temblar las alas de un ángel.
Emiliano Atehortúa era muy sencillo
y traía una infantilidad inagotable.
Su adolescencia láctea, meliflua y floreal,
fluía por las escarpas de mi madurez
como fluye por el cielo la leche del alba.
Cuando le vi en el vano ejercicio de la vida
me pareció que me envolvía el rumor de una selva
y me inundó el corazón la virtud musical de las aguas.
Hay almas tan melódicas como si fueran ríos
o bosques en las orillas de los ríos.

Guillermo Valderrama era indolente y apasionado.
Como un licor de bajo precio,
la vida le produjo una embriaguez innoble.
Sus formas pregonaban el triunfo de una estirpe.
Había en su voz un glú-glú redentor
y su amante le llamó una vez
“el Príncipe de las hablas de agua”.

Leonel Robledo era muy tímido
bajo una apariencia de lesa majestad.
En el recóndito espejo de su ternura
se le reflejaba la imagen de una mujer.
Toda su fuerza era para el ensueño y la evocación.
Le vi llorar una vez por males de ausencia
y me dije: hay una tempestad en una gota de rocío,
y, sin embargo, no se conmueven los luceros.

Stello Ialadaki era armonioso, rosáceo, azulino,
como los mares de Grecia, como las islas que ellos ciñen.
Efundía del mundo algo irreal, risueño, fantástico.
Se le veía como marchando de las playas de ensueño
que rozaron las quillas de Simbad el Marino,
hacia las vagas latitudes
por donde erró Sir John de Mandeville.
Cuando le conocí tuve antojo de leer la Odisea,
y por la noche soñé en el misterio de las espigas.
¡Evanaam! ¡Evanaam!

Juan Rafael Agudelo era fuerte. Su fuerza trascendía
como los roncos ecos del monte a los pinos.
Alma laboriosa, la soledad era su ambiente necesario.
Sus ilusiones fructificaban como una floresta
oculta por los tules del “todavía-no”.
Sus palabras revelaban la fuerza de la Realidad,
y sus actos tenían la sencillez de un gajo de roble.

Por Mafe Garzón 

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