May / 10 / 21

ARTE URBANO Y GRAFFITI / ARTISTAS

Cacerolo y su sonrisa cortopunzante

Cacerolo se hizo grande cuando ya era grande. Se dedicó a pintar cuando la vida ya lo había arrastrado por otras sendas.

Por: Mar Rodríguez

Cuatro perros anunciaron nuestra llegada a Evergreen, un terreno verde con dos casas: una que sirve para vivir y otra que sirve para pintar. Él lideró el paso por un camino de piedras mientras los perros jugaban con su ruana color beige que le llegaba un poco más arriba de las rodillas. Nos ofreció un café y sin recibirlo, empezamos a coger rumbo a la casa donde pinta Emerson, más conocido como Cacerolo.

Pasamos por un jardín lleno de árboles bonsai y orquídeas de todos los colores. En la pared rosada que rodea las plantas: Frida Kahlo pintada con la característica boca de Guasón que le pone el artista a sus pinturas. Además de ser un rasgo distintivo que le pone al bufón del cuadro, es lo último que pinta, es la señal para dejar ir un cuadro.

La otra señal que indica que un cuadro ya está terminado es un pequeño guiño al amor, que se traduce en una línea anaranjada en el pelo del personaje. La “manchita naranja”, como le dice Cacerolo, la hace Sara, su esposa, que es pelirroja.

Es una invitación a que Sara haga parte de su mundo, porque estar casada con un pintor “no es chevere, ni es fácil”.

La primera vez que pintó la línea anaranjada le temblaba la mano, hoy es simplemente un ritual para que Emerson vuelva a la otra casa, la casa donde viven con su hija Paloma y sus cuatro perros.

Seguimos caminando por entre árboles enanos y por un camino de piedra que nos llevó a la casa que fue hecha para trabajar. Nunca tuvo otro propósito más que ser un estudio, un lugar que retuviera los olores de pintura, donde pudiera guardar lienzos en blanco y pintados, donde pudiera dejar los pinceles arrumados en las esquinas porque “lavarlos es la peor parte de ser artista, a veces me da pereza, los dejo ahí todos arrumados, por eso tengo tantos”. Es visiblemente más pequeña, más apretada, más desorganizada, más colorida.

Cacerolo se hizo grande mientras hacía ruido en las galerías de arte, porque de él han dicho muchas cosas: que es un paraco, que es guerrillero, que pinta a la gente incorrecta. Le han dañado cuadros y muros, incluso le han robado cuadros. Se hizo grande de la mano de su amigo, Luis Carlos Cifuentes, quién lo impulsó a hacer del arte su proyecto de vida, porque aunque Emerson pintaba desde que era niño, el horario oficinista colombiano (de 8 a.m a 6 p.m) lo obligaba a dejar el arte para el fin de semana, para los ratos libres y para matar el antojo.

 

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De esos cuadros hechos en los ratos libres, Emerson llegó a una exposición junto con DJ LU y Cifuentes gestionada por Bogotart. A él las galerías no le ponían cuidado, pero como es un artista que grita ambición, a la final se hizo conocer y de qué manera. El equipo de Bogotart, que ya llevaba años surcando la galería más grande que tiene Bogotá, que es la de la calle, se encontró a Cacerolo pintando al expresidente Juan Manuel Santos y lo invitaron a participar en su primera muestra.

Siguió la exposición de Retratos Hablados, siguieron las ventas de obra, siguió el alargue de la muestra de una semana a dos meses, siguieron los seguidores en redes sociales, los artículos en periódicos, la posibilidad verdadera de que un publicista se dedicara al arte para vivir.

En 2014 decidió probar suerte con el arte. Empezó a trabajar de lunes a miércoles en una oficina y el resto del tiempo se lo dedicaba a pintar. En 2016 hizo un salto al vacío y se dedicó de lleno a encerrarse en la casita por la que se llega por un camino de piedras, árboles bonsai y orquídeas.

 

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“Tengo estudio por cárcel”, nos cuenta mientras se arregla los cordones de sus Nike Air Max blancos y azules. Pero la palabra “cárcel” no suena convincente, porque él está más cómodo que nadie en ese estudio, es su cueva y escape.
Los Beatles, Janis Joplin, Rolling Stones suenan en la casa a la par que hace los fondos de los cuadros de 4 metros. La pincelada fluye y toma velocidad con un rock viejo retumbando, mientras que en la otra casa, la de vivir, la calma es total porque Paloma duerme.

Paloma, además, cambió el tiempo y el arte de Cacerolo. Desde su llegada, él pinto más alegre, más colorido, pasó de inspirarse en el artista flamenco El Bosco a inspirarse en los impresionistas franceses y estadounidenses. Ya no cumple horario estricto porque prefiere quedarse jugando con su hija y pintar en las noches. A ella ya la pintó con una cola de marrano como si fuera la última de la estirpe de los Buendía de Cien Años de Soledad, con Ursula agarrándola contra su pecho, “mi esposa casi me mata cuando le vio la cola de marrano”, nos dice mientras se ríe.

Ese cuadro hace parte de una exploración académica que está haciendo el pintor con los libros de Gabriel García Márquez. Los lee, analiza los personajes, se los imagina y los pone en lienzos de cuatro metros de alto por dos de largo. Desde Dalí, que fue el primer personaje que pintó con boca roja inspirándose en los cómics que leyó de niño, hasta el Aureliano Buendía, que tenía a sus espaldas, la exploración sobre la maldad y el amor en los seres humanos han sido la constante en su trabajo.

 

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Suavizó, también, los colores del Guason en sus pinturas. Dejó de ponerle tintes morados a las ropa y al pelo, hizo las caras menos blancas y se dedicó a pulir los detalles de los cuadros, a darles profundidad para sentirlos.

Cuando le preguntamos a Cacerolo que cuándo volvería a pintar en las calles, se le iluminaron los ojos. A diferencia del graffitero modelo que se tiene en la cabeza, Emerson sale con pinceles y pintura roja, negra y blanca. Nada más. Puede ser por eso que la primera vez que pintó en la calle se enfermó, “fisicamente no estaba preparado para pintar en la calle”. Duró de domingo a domingo pintando a los expresidentes Santos y Uribe.

Pero se enamoró de la interacción que tiene en las calles, de la transparencia con la que muestra su proceso artístico queriendo motivar a niños y niñas a que pinten, porque en realidad “todo el mundo lo puede hacer”.

Además, decidió combinar lo visual con el texto, porque como buen publicista, un copy no puede faltar y porque “en un país con memoria a corto plazo, toca decir las cosas casi que gritando” me dice mientras corre los lienzos enormes para mostrar toda su obra. Por eso, Cacerolo ha acompañado la cara de Petro con un “ahí tiene su hijueputa ciudad pintada”, la cara de Uribe con la palabra “expresidiARiO” y la cara de Jaime Garzón con un “país de mierda”.

 

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Amor: me está naciendo una hoja», escribe Cacerolo en su último graffiti.

Al lado, la cara de Julio Daniel Chaparro, poeta y cronista que en 1991 –hace 30 años– fue asesinado mientras escribía unas crónicas para El Espectador que hablaban sobre cómo los municipios que habían sufrido de masacres paramilitares, lograban renacer gracias a la voluntad de paz de sus habitantes. Aunque la Fiscalía ha señalado a la guerrilla del ELN como actor material del asesinato, su crimen aún sigue impune. El mural es, después de todo, un homenaje a los que la violencia ha silenciado en este país.

El performance de Cacerolo seguirá hasta el día que se muera. Tiene claro que nunca va hacer un forro de celular, ni un cojín, ni un tapete. Se rehusa a ser ese artista. Se rehusa a la incertidumbre del artista promedio, al sentimiento de orfandad que da la casa que se hizo únicamente para pintar. Por eso, después de un rato, siempre vuelve a la otra casa, a la de vivir, mientras a nosotros nos despiden los cuatro perros en la puerta de Evergreen.

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