Por Mafe Garzón
Quisiera llenar esto de eructos sobre la mesa
sentarme aquí con las piernas abiertas sin que esto signifique una invitación a mi cuerpo
quisiera gritar que no no quiero tener hijos y que tampoco tengo los argumentos que generen aplausos
decir que igual amo y que vivo en una casa repleta de ese amor auténtico e intenso; ese amor que rompe la piel ese amor que crea esta casa hecha de noche y de poesía
quisiera sacar la lengua y pintar ventanas de agua, puntos sobre el papel “las puertas que bailan”, me dijiste.
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Rayar una cocina que solo sirva para dejar que las ideas hiervan en el café de la mañana que vive mejor con la cortina cerrada, mientras se acumula la loza y el polvo y las ideas y los recuerdos y las palabras incorrectas y las polillas imaginan que son gatos que son tus manos que son mis dedos mientras escribo sobre la casa que insiste en permanecer en un barrio indeterminado en un país que sangra en la punta de una lengua que agoniza y que sueña que es solo un molusco regenerándose en estas paredes en donde se repite:
¿qué es ser mujer?
¿qué es ser mujer?
¿qué es ser mujer?
Definir mujer me resulta una tarea difícil en este momento. Levanto la costra de todos los recuerdos infantiles y hay mucha sangre hoy, hay mucha sangre en este cuerpo desde el domingo, desde el domingo en el que resulté en la cocina sin café sin lápices sin boca y sin ojos.
Definir mujer me resulta una tarea difícil en este momento. ¿Por qué?
La verdad no tengo una respuesta concreta, como cuando me preguntan qué es el amor o qué es la vida o qué es el arte o qué es la poesía, parece que ser mujer pasa a formar parte de la lista de esas palabras que no se pueden definir y que los ojos que leen esto tendrán un significado diferente para crear a la mujer que más le convenga tener al lado.
Ser mujer hoy, parece que no es, pero es profundamente político. Como todo desde que nos levantamos y decidimos reciclar o botar las servilletas sucias en un parque; como todo desde que matamos una polilla que resulta en la pared porque esa vida es inferior; como todo desde que decidimos pagar un pasaje de transmilenio, hacer la fila o regresar las vueltas en la tienda cuando nos dan dinero de más… como todo desde que resistimos en una casa hecha de golpes y mentiras o salimos cerrando la puerta con fuerza; como todo desde que decidimos huir de este país; como todo mientras decidimos ver la Rosa de Guadalupe y hacer el arroz con esmero; como todo mientras olvidamos nuestra alma en el cajón debajo de todas las motas y de todas las camas, allá en ese cajón donde hemos decido acumular lo esencial.
Existir como mujer hoy es una postura política y no necesitamos que ningún Rodolfo lo recuerde, aunque le agradezco a este señor que haya llegado a todas las casas a quemar lo que ya no sirve. Lo necesitábamos así hoy estemos con la piel expuesta… sangrante.
Crecí en una familia en donde la mayoría somos mujeres. Crecí siguiendo órdenes: cierra las piernas, abre la cortina, cierra las puertas, abre la boca solo para sonreír, respira silenciosamente para no incomodar, aprende a cocinar para conseguir marido, aprende a disimular cuando tengas la menstruación, aprende a odiar tu cuerpo y a seguir dietas, a subir el volumen del televisor, a eliminar los malos pensamientos y principalmente a dejar todo en manos de Dios.
Crecí con apodos masculinos porque quería caminar en la noche, tomar cerveza y eructar en la mesa.
Crecí a punta de novelas mexicanas a punta de anhelar un marido que me quisiera mientras tuviera veinte y mi culo resultará atractivo.
Crecí a punta de preservar lo podrido en la nevera, crecí caminando en puntas de pies, crecí arrodillada frente todas las ruinas en la sala de esa casa familiar.
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Crecí en una familia donde todas las mujeres esperábamos llegar a ser inmaculadas como la virgen María… mientras los hombres de casa creaban el mundo a diario, sí, así como Dios.
Crecí deseando abrir las puertas, crecí deseando ser una polilla que podía escapar en la noche.
Hace rato salí de esa casa.
Hace rato abandoné esas ruinas, salí de ese supuesto paraíso, me corté el pelo y mientras pensaba en Bowie, en el alma femenina de Gaston Bachelard, en el cuarto propio de Virginia Woolf, en las palabras que no parecen palabras de Clarice Lispector hice la primera pared de mi casa, mi casa en la que he ido formando mi familia a partir del fuego y de la regeneración y que no tiene que ver con esa familia que cada vez se siente más lejana.
Yo quiero confiar que es posible hacer otra casa y otra Colombia en donde nosotras podamos salir a crear el mundo a partir de nuestra palabra, que nuestro silencio no garantiza ninguna falsa armonía, que no podemos dejar todo en las manos de ningún Dios, que las relaciones necesitan ser auténticas, que también podemos eructar si se nos da la gana y salir en la noche e incendiar la casa cien veces si es necesario hasta llegar a la casa auténtica.
Debemos ser seres políticos que salen a crear el mundo, abrir nuestras bocas, desdibujar todas las paredes de esas antiguas casas. Confío… sigo confiando que ya no vamos a guardar silencio en una cocina nunca nunca más.
María nació en una noche naranja de agosto. María nació de las llamas dentro del océano.
María nació llena de fresas, de mar, de limón, de silencio y de maullido.
María aprendió a decir «fuego» esperando ver su creación sobre las paredes de su casa.
María vive a través de las palabras.
María es escritora de poemas que guarda en en cuadernito y otros los publica en https://mafebeat.com/
también se dedica al UX Writing y a la creación de contenidos digitales.
Aquí algunos argumentos para que charle con sus familiares, amigues, vecines y conocides del lenguaje inclusivo. El lenguaje siempre está cambiando. No es…
*Este artículo está basado en el capitulo “Lo que cuentan las paredes sobre la protesta social” del podcast A.eRe.Te. Sentado entre su…