Taty Gómez escribe su historia con texturas y colores tornasolados. A veces la escribe en formato miniatura para no olvidar la fragilidad de la vida.
Por: Mar Rodríguez
Nunca había concebido la fuerza que necesita un artista para que la persona quiera acercarse a la obra y detallar cada trazo y forma durante un rato. La obra de Taty es justamente eso. Es una fuerza centrífuga que trae al espectador lo más cerca posible. La obra toma posesión de los cuerpos, los dobla y agacha para que se acerquen a ver los trazos, además afina la mirada o exige unas gafas para entender qué es todo lo que está pasando. La persona casi pega la punta de la nariz al lienzo, vidrio, escultura o pared.
Bastaba con pasar un rato por la galería Beat Bop a principios de mayo para ver a cientos de cuerpos respirando cerca de la obra de Taty e intentando enfocar las cámaras solo para darse cuenta que el aquí y el ahora era la mejor forma de disfrutar la obra de ella y del artista Javier Almirón, junto con quien hizo la exposición y con quien tiene el proyecto Atrapasueños.
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Doblegar cuerpos es una afición que Taty no buscó activamente, de hecho, quería más bien vestirlos. En el colegio y sus primeros años de universidad quería ser diseñadora de modas, una carrera que dejó después de un tiempo, pero que le dejó una facilidad para ilustrar, para buscar fácilmente colores que se complementaran y una curiosidad incesante por la búsqueda de texturas y materiales.
Mientras estudiaba modas, el graffiti se encontró con Taty y se quedó con ella. Tenía 19 años cuando unxs amigxs del barrio de su infancia la invitaron a pintar un muro. Cuando dio ese salto del papel a la calle, la artista entendió que a la exploración no le iba a tener miedo nunca, que el cambio iba a ser lo único constante. En la calle empezó a pintar bajo el nombre Bastet como la diosa egipcia, aunque ya estuviera convencida de que ‘Taty’ bastaba para ser el nombre que usaría para todo. Y así fue. Taty terminó por encapsular toda la versatilidad de la artista.
Poco a poco, le empezaron a salir trabajos para pintar murales a la vez que daba clases de pintura. La situación económica en su familia también lo exigía. Sin embargo, el graffiti y pintar en la calle sin permiso lo hacía porque quería, porque estaba obsesionada con ver el resultado final de un proceso, porque Taty es una artista que le gustan los finales, pues es la única manera de seguir cambiando.
La muestra de esta naturalidad con la que acepta el cambio está en algo tan sencillo como su color favorito: el tornasol. Un color que no es estático, pero tampoco es plano. Uno que utiliza para casi todas sus piezas, para marcar su ropa, porque sabe que la obra no cambia, pero el tornasol cambia de color dependiendo del ángulo y de la luz y esta será la muestra viviente de que la vida sigue, a pesar de que el cuadro ya quedó listo.
Esta sensación de que hay que estar a la altura de los cambios que pasan en la cotidianidad, se intensificó cuando Taty trabajó con una fundación de niñxs en situación de discapacidad. Entendió que el acercamiento a cada persona es distinto, que si hacía los mismos ejercicios no iba a ser capaz de acercarse a todxs, porque cada unx tenía una necesidad específica que cubrir. Además, esta experiencia la hizo pensar en el arte más allá de los estético, sino como un ejercicio que atraviesa lo psicológico, neurológico o lo medicinal. El arte como la transversalidad que Taty necesitaba para llegar a ser lo que es hoy.
En esa búsqueda por ejercicios para los niñxs en situación de discapacidad, se encontró por primera vez con el grabado. Una técnica de impresión sobre una superficie rígida en donde se utiliza una herramienta llamada gubia para tallar materiales desde la madera hasta caucho grueso. Los huecos que va dejando la gubia se llenan de tinta para luego dejar huella en el papel.
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Presionar la gubia sobre el material le dejó a Taty la sensación de movimientos curvos, algo que traspasó a las paredes cuando un día estaba pintando con vinilos y se le ocurrió ponerle esa textura del gubiado, una técnica que lleva su marca y por la cual cientos de personas la reconocen. Esto, según ella, también fue posible porque utiliza vinilos que permiten estos movimientos y no únicamente aerosol. Aunque el aerosol le permite explorar texturas y formas, intenta combinarlo con el vinilo, pues el spray a veces es muy fuerte para los pulmones.
La textura del gubiado empezó a codearse con otra técnica por la que Taty es reconocida: sus miniaturas. Su primer lienzo fue un dije para una amiga, luego vino un cigarrillo, que aunque no le gusta, fue irónicamente el que la terminó llevando a ser reconocida actualmente por esta técnica miniatura. Una cara de asco y tapándose la nariz pintada en el filtro de un cigarrillo. Esa fue la obra que puso a hablar a los espectadores. El nivel de detalle exigió que los cuerpos de lxs espectadorxs acercaran el celular hasta la punta de la nariz, que le dieran zoom a sus pantallas hasta que Instagram lo permitiera.
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Para ese momento, la artista ya había superado la creencia de que todo artista debe hacer siempre algo estético y bonito. Sin duda, el filtro de un cigarrillo fumado no es estético ni un lienzo predilecto, una cara de fastidio tampoco es la Olympia de Manet, pero algo que sabía Taty es que había creado arte y en el proceso lo había criticado solo para darse cuenta que el propósito de su obra no puede ser un “ay que lindo”. El propósito tenía que ser trascender y hacer que la gente sintiera algo.
En su búsqueda de objetos, durante uno de sus viajes a Argentina estaban descontinuando un billete de dos pesos, algo que la hizo pensar en el significado que tiene socialmente un objeto que simplemente desaparece. Al mismo tiempo, un submarino llamado ARA San Juan se desapareció en Argentina con 44 tripulantes a bordo. Como respuesta, Taty dibujó la cara del capitán del submarino desaparecido en el billete de dos pesos que estaba al igual que el capitán, desapareciendo.
Taty sabía que la historia de las 44 personas a bordo iba a quedar en el olvido, iba a ser un recuerdo que de vez en cuando apareciera en una reunión familiar o de amigos, pero se iba a perder con el tiempo e iba a quedar relegado a un rincón de un museo. No se equivocó. En ese mismo camino, empezó a pintar balas, monedas de 50 pesos y tarjetas de SiTP, en un esfuerzo por pintar problemáticas en objetos cotidianos.
Todos estos son objetos que dentro de la economía colombiana tiene un valor por bajo, por eso, Taty empezó a intervenir, por ejemplo, monedas de 50 pesos con la cara de líderes sociales asesinados, al igual que personas de diferentes grupos étnicos. Al final, se trata de un ejercicio por equiparar el valor e importancia que le han dado a ciertas personas en Colombia.
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En este exploración por personajes, superficies y técnicas artísticas, a Taty cada vez le iba quedando más claro que lo que se considera estético es completamente impuesto, que si una no juega con lo establecido, se queda estancada y la vida no le da para ser fuerza centrífuga. Que la vida no alcanza para vivir de presumir intelecto únicamente entre personas que entiendan el mensaje, por eso, asegura abiertamente que la academia, especialmente en el arte, no le bastaba para toda la exploración que quería hacer.
Ella prefiere encontrar en lo social esos conocimientos que no tiene y que debe formar, por eso ha pintado a la Guardia indígena, campesinos, reinsertados y palanqueros. Para ella es la única forma de crear otra visión y mentalidad del mundo, es una forma de ampliar horizontes. Fue precisamente en una de estas pintadas que conoció a su compañero de vida, Javier Almirón, una conexión que empezó en Palenque y que fue tan fuerte que se quedó con ellos.
Cuando Taty empezó a sentir la libertad de ser ella misma, abrió un camino para empezar su exploración por el feminismo y el cuestionamiento sobre el cuerpo femenino. Por ejemplo, a través de las tetas, una parte del cuerpo de la mujer que se hipersexualiza tontamente, pues es algo que está ahí y cumple muchos propósitos que van más allá de lo visual y estético.
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Las tetas para ella también son una reconciliación consigo misma, una forma de entender la fragilidad, el detalle que trae consigo la cotidianidad y los sentimientos que permean las situaciones. Es una forma de abrazar las inseguridades y dejarse sentirlas, porque después de todo, no dejarse sentir es meramente un escudo para la vida. Por eso, mezcló los senos y el corazón.
En el momento en el que se permitió sentir todo, Taty se consolidó como artista, entendió el arte como un escenario de lucha y resistencia, y el cambio como una necesidad para que su obra siga viviendo. La intimidad que impregna hace que los cuerpos se rindan y ella logre tomar posesión de ellos. Sin quererlo, Taty nos lleva a las entrañas de su vida, nos muestra los caminos posibles que una sola artista puede tomar y sentada alrededor de los árboles bonsai de su padre, me dice con pena que no le gusta hablar de ella, pero lo que no sabe es que su obra ya lo hace sin que diga una sola palabra.
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