Ago / 03 / 20

ARTISTAS

Alfredo Greñas, el caricaturista olvidado

En Colombia el humor político se pagaba con la cárcel o exilio.

Alfredo Greñas

Autoretrato, El Zancudo, nº 20, Bogotá, septiembre 6 de 1891

Para hacer caricatura política en Colombia había que tener estómago y agallas, apuntar hacia clandestinidad y estar dispuesto a recibir cárcel por un monigote.

Entre 1870 y 1930, se vivió la “edad de oro” de la caricatura política, porque se consolidó y empezó a usar como arma sutil en contra de los dos partidos políticos que definían el rumbo del país: Liberal y Conservador.

La moralidad descarnada de la caricatura le costó el rechazo, la censura, la cárcel y el exilio al bumangués Alfredo Greñas.

El Loco (1890), El Zancudo (1891) y El Barbero (1892) fueron tres de los muchos intentos que tuvo Greñas para criticar a la arena política, cada uno cerrado por órdenes del Gobierno.

Greñas, clavó su lápiz en el grupo de la Regeneración, aquel sector conservador y disidente que se encargaría de imponer la Constitución ultra-conservadora de 1886 con Rafael Núñez a la cabeza.

Era 1881. Greñas estudiaba grabado en una escuela fundada por Alberto Urdaneta, probablemente el caricaturista político más reconocido de la época de oro. Creía que conocer la técnica de impresión en periódicos era un eje necesario para la lucha política, algo que nunca dejaría de hacer hasta su muerte en exilio en 1949.

Era 1885. Greñas inauguró junto con algunos amigos el periódico clandestino El Posta, que se hacía en una imprenta portátil de madera y llegó a tener 32 números circulando por 32 semanas. El 8 de agosto de 1885, Rafael Núñez del grupo conservador de la Regeneración gritaba desde el Palacio San Carlos que la Constitución de 1863 –una liberal y federalista– “había dejado de existir”, al igual que El Posta, que cerraron, confiscaron y mandaron a sus creadores a la cárcel por ocho meses

Colombia era un terreno fértil para la caricatura política. Fue una herramienta para hablar de las pugnas políticas en una población mayoritariamente analfabeta –66 por ciento de la población era analfabeta en 1900, una de las más altas en América Latina–.

Era 1890. El Zancudo, el periódico del mosquito zumbón, llegó a las calles bogotanas con fecha de 1790 para despistar a las autoridades y esquivar la censura. Todos los nombres eran seudónimos. El picado fue el grupo de la Regeneración, especialmente Rafael Núñez, Carlos Holguín o figuras como Miguel Antonio Caro. Ridiculizados y satirizados, utilizaron la Ley 61 de 1888, que permitía el cierre de periódicos que traicionaran al gobierno.

El Zancudo denunciaba a través del zoomorfismo y el costumbrismo los intentos de monarquía, las ambiciones descaradas de la Regeneración y las parodias políticas del diario vivir. Fue aquí cuando Greñas hizo una de las primeras parodias del escudo nacional, probablemente su caricatura más conocida.

Escudo Colombia

Un cóndor encadenado cierra las alas y pisa una cinta con la frase “ni libertad ni orden”, debajo del escudo otra cinta sostenida por dos garras que dice “Regeneración”. Nueve calaveras corresponden a los nueve departamentos en Colombia. El blasón dividido en tres partes tiene una calavera y dos tibias, un bonete que representa el poder del clero y una serpiente que se come el istmo de Panamá. Dos banderas rodean el blasón, una con una calavera y otra con una cruz. Las interpretaciones las dejo abiertas para cada quien.

Al Zancudo lo censuró y lo cerró el Gobierno de Carlos Holguín en 1891. De hecho, el periódico fue completamente olvidado hasta que Germán Arciniegas, historiador colombiano, hizo en 1975 el libro “El Zancudo: la historia de la caricatura política en Colombia”.

Allí se recopiló por primera vez las viñetas, panfletos y pasquines olvidados del periódico clandestino. Arciniegas se puso en contacto con la familia de Greñas en Costa Rica y empezó a recopilar sus caricaturas. Antes de él, nadie nunca había hablado de Greñas.

Era 1982. Al periódico EL Zancudo lo sucedió El Barbero, también fundado por Greñas, que tenía de lema la frase “medio mundo se ríe del otro mundo. El Barbero se ríe del mundo entero”.

En la primera página de la primera edición del periódico hay un acto de coronación: Carlos Holguín, Rafael Núñez y Felipe Ángulo coronan a Miguel Antonio Caro sentado en un cetro. La corona es una vasija de paja tejida con plumas, abajo la frase “una coroza en vez de una corona”. Una coroza es un gorro de papel que se le ponía a los condenados por la Inquisición española, en pocas palabras, a los tontos.

Alfredo Greñas

Apenas en la edición quinta del periódico, el Gobierno prohibió su publicación utilizando la Ley 61. Como protesta a la censura, el periódico publicó una plancha de madera sin ningún grabado que se titulaba “el penitente”, y escribía:

“plancha que se tenía preparada para el número del domingo pasado, número que no pudo publicarse por los motivos que el lector verá enseguida”.

Era 1893. A Greñas lo acusaban de haber instigado una revuelta de artesanos y lo mandaron al panóptico (hoy Museo Nacional) y después a las bóvedas de Cartagena. Núñez firmó un telegrama que lo condenaba al exilio. De camino a Estados Unidos paró en Costa Rica, donde decidió quedarse y terminó fundando la escuela de tipografía y el periódico La Prensa Libre. Lo llamaban “el padre del periodismo” en Costa Rica. Allí murió en 1949.

La crítica hiriente y visceral de Greñas inspiró a caricaturistas en México y Venezuela. Hacía arder de la ira a políticos, los indignaba y los penetraba con lápiz. Dejó un retrato icónico de la Regeneración que funcionó como oráculo para las olas de violencia que estaban por venir en el país. Nunca se podrá medir el impacto de la obra de Greñas en el pueblo colombiano, no se sabrá ni siquiera si las costumbres políticas del país se castigaron a través del humor.

¿Que si hay documentos más importantes para estudiar la historia del país? Probablemente. Y es que la caricatura se suele dejar para aquellos recolectores de historias populares, porque se codea incómodamente con mapas, representaciones, cuadros y murales que vemos en museos. Pero cada quien decide su verdad y el lado de la historia que quiere ver.

Por Mar Rodríguez

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