En los pueblos del Golfo de Tribugá se adelantan procesos culturales que resaltan la diversidad de la región y hacen resistencia desde la creatividad y el arte.
Por Andrés Quintero
Imágenes por Camilo Ortiz y Andrés Quintero
El primer mural que pintó Dayton fue a los 41 años. Sus conocimiento sobre pintura se remontaban a la época del colegio, bastante tiempo de diferencia entre los primeros trazos de la niñez y el atún Albacora que hoy pinta en una casa de madera en el corregimiento de Termales, al sur de Nuquí.
Con la misma meticulosidad que Dayton pinta, Nicolás de 11 años maneja una cámara que grabará en full HD su primer cortometraje, uno sobre su territorio, le servirá para reflejar un futuro utópico y distópico con Nuquí como telón de fondo.
Foto por Camilo Ortiz
Así de generoso es el espectro cultural y natural de los pueblos y pobladores del Golfo de Tribugá. Cada uno de ellos sabe la riqueza que tienen en su territorio, riqueza que es difícil de dimensionar para aquellos que vivimos en las ciudades capitales, tan alejadas de la realidad rural y más aún, de esta zona del país.
Y es que cuando consumimos información que viene del Chocó, siempre nos acercamos a una realidad parcializada y en muchos casos racista, por ejemplo, hace unos años un diputado de Antioquia se atrevió a lanzar una de esas «máximas colombianas» que quedan para siempre en el listado de frases bochornosas de nuestras figuras publicas. Dejo el video porque no vale la pena opacar lo escrito con sus palabras.
Pero, lejos de estos estigmas, en el pacífico colombiano se están generando procesos muy valiosos que resisten desde las artes.
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Para el que no conozca, el Golfo de Tribugá es una de las regiones más biodiversas y endémicas por metro cuadrado del mundo. Basta caminar cinco metros por cualquier playa de esta parte del Pacífico chocoano para toparse con cangrejos de todos los colores, árboles que alumbran en la noche (tipo Avatar) y los sonidos de toda clase de insectos y pájaros. Algo extrasensorial para el citadino.
Uno de los proyectos que encontramos en el camino de estas playas llenas de verde, es el gestionado por el Colectivo Florece, liderado por Melissa Montoya y su mamá, Gloria Tavárez. Este colectivo que se nutre principalmente de voluntarios, tiene como filosofía y eje misional, resaltar a través de la pintura y el arte urbano la riqueza natural de esta zona tan sonada recientemente por el proyecto que se pretende implantar en este territorio: el famoso puerto de Tribugá.
Aunque Melissa sabe que este proyecto tiene pasos de animal grande, su proceso de resistencia es desde el arte y afirma que más que denunciar, el objetivo de Florece es hacer pedagogía con los pobladores de la región sobre la riqueza y el paraíso en el que viven.
«Sino sabemos lo que tenemos, cómo lo vamos a proteger», nos cuenta.
Y es que conocer de primera mano esta zona del país, hace que esta idea del puerto sea de las más descabelladas que se le han pasado por la cabeza a nuestra dirigencia, tan acostumbrada a lanzar ideas descabelladas sobre nuestros territorios más ricos: fracking en la sierra de la Macarena, minería en Santurban y un puerto aquí, en el lugar donde arriban las ballenas jorobadas cada año para dar a luz a sus ballenatos.
Como dice un cartel que por estos días desfila por las calles colombianas: ”no saben el precio de un huevo, ni de un páramo, ni de un río» y yo le agregaría, «ni de una ballena”.
Teniendo en cuenta este panorama, el Colectivo Florece se propuso llevar esta riqueza biodiversa a las paredes de los pobladores de esta región. Hasta la fecha, han logrado intervenir con color y arte en cuatro comunidades distintas: Jurubirá, comunidad indígena de Villanueva, Joví y Termales. Precisamente, en este último corregimiento se dio la más reciente intervención de este proyecto, que es en últimas, un festival de arte y graffiti.
Hasta allí llegaron voluntarios de toda la zona para ayudar a fondear de diversos y vistosos colores las casas, junto con la ayuda de un par de artistas de Medellín y Bogotá: Valentina Nieto, bióloga y artista urbana, y SetaFuerte, uno de los históricos del graffiti en Colombia.
¿El resultado? Más de 30 viviendas intervenidas, algunas de ellas con variaciones de color y otras con murales que resaltan la riqueza en flora y fauna.
Para Seta Fuerte, artista rolo radicado hace más de 10 años en Medellín y uno de los artistas invitados a esta cuarta versión, el proceso que está generando el Colectivo Florece no solo ayuda a generar conciencia sobre la riqueza en biodiversidad del Chocó, sino que genera un sentimiento de apropiación y resiliencia sobre situaciones que permean la realidad social de esta zona.
Seta pintó varias de las fachadas del corregimiento de Termales, entre estas, el club de surf del pueblo, lugar de donde salen los mejores surfistas del país. Esto es toda una proeza si se tiene en cuenta que el país no cuenta con una cultura surfística y el implemento fundamental para la práctica es costoso y engorroso de traer hasta las playas nuquiseñas.
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Uno de los aspectos más trascendentales de este proyecto es que nació como producto de una herida que es muy difícil de sanar y perdonar, pues implica la pérdida de una persona. Sin embargo, la respuesta y la forma de resistir de Melissa y Gloria fue el arte. Actualmente, es un proyecto que ha creado un recorrido de street art en plenas playas chocoanas, del que espero no se enteren los dueños de los graffiti tours en el mundo.
Otro de los parches que transforman el discurso de esta región del país es el colectivo En Puja, una agrupación compuesta por más de 20 jóvenes y adultos de Nuquí y sus corregimientos aledaños, el cual lleva cerca de diez años de actividades relacionadas principalmente con el mundo audiovisual y dos años desde que crearon un semillero de comunicaciones que ha vinculado hasta el momento a 15 niños.
Actualmente este colectivo se encuentra en proceso de producción y postproducción de dos cortometrajes que fueron acreedores de la Beca de Formación Imaginando Nuestra Imagen del programa de estímulos del Ministerio de Cultura, y cuya temática principal es «Nuquí como territorio que sana en medio de tiempos caóticos y pandémicos».
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Para este proyecto puntual, la mayoría de sus integrantes son menores de edad, los cuales se encargan de producir y pos producir los productos audiovisuales que se desarrollan, lógicamente con el acompañamiento de un equipo interdisciplinar que dirige estos procesos creativos.
Este proyecto se presenta como una alternativa para los jóvenes de la región, en la que no solo se formarán al rededor de las comunicaciones y lo audiovisual, sino que aprenderán a entender y defender mejor el territorio, que como ya lo mencionamos, está amenazado por un proyecto de esos que traen el «progreso a toda costa».
A la fecha, el colectivo ha logrado vincular a más de 25 jóvenes, formando así a futuros realizadores, comunicadores y sobre todo, defensores de su territorio.
No se puede dejar de tener una experiencia alcohólica en un viaje y en Nuquí la mejor experiencia se da en Bombillo Rojo o Donde Enrique. Se trata de una cata de viche, 4 versiones distintas de este trago ancestral para las comunidades del Chocó, Nariño y el Cauca.
Arrechón, Vinete, Viche o Curado, cualquiera de estas versiones lo puede emborrachar rico, la idea es que elija uno y compre por lo menos mediecita. La humilde opinión de quien escribe este artículo es que dentro de la categoría de los viches, el Vinete se lleva todos los premios.
Cada uno de los tres procesos reseñados anteriormente han nacido de la resiliencia y sabiendo, ante todo, que el Golfo de Tribugá es uno de los lugares más especiales del planeta. Es un universo propio de la naturaleza en donde las posibilidades de creación están a la orden del día, donde una forma más sencilla de vivir y de consumir está siendo posible. Se nos ha vendido la idea de que el Chocó es pobre y sus ciudadanos viven en el atraso, pero quizá pobres seamos los de la ciudad que no sabemos lo que es vivir en un lugar en el que cada centimetro de espacio, respira vida.
En las stories destacadas de mi cuenta de instagram la ruta del viaje.
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